14/10/2016

LA SOLEDAD DEL ENTRENADOR

Hace unos días acudí a un curso sobre gestión de grupos humanos y motivación. Relacionado con el tema de la motivación nos indicaron el hecho de que los directores de grupo (entrenadores) debemos motivar a nuestro equipo de para obtener los mejores resultados, entonces yo lancé una pregunta. “¿quién motiva al entrenador?” la respuesta no es sencilla, pues entramos en el concepto de la soledad del entrenador, que intentare explicar desde mi punto de vista en las próximas líneas.

Aquí me tenéis, tras una mala semana de entrenamientos y partidos, bebiendo un café caliente y escuchando música country, intentando haceros llegar lo más difícil, lo que todos hemos sentido muchas veces y nos cuesta muchísimo explicar, La soledad del entrenador, ese sentimiento que tenemos aún rodeados de gente, pues nos sentimos lejos de todos.

Tengo la suerte de entrenar dos equipos en un gran club como es el Eskoriatza KE, en cada uno de los equipos tengo un compañero que apoya, además la cercanía y familiaridad del club hace que cualquiera esté dispuesto a ayudar, desde una niña de 9 años que viene a abrazarme porque me senté con ella a comer un día, a los más altos cargos del club que siempre están dispuestos a echar una mano. Pasando, claro está, por todos y cada uno de los entrenadores que siempre tienen oído para cualquier problema. Como veis estoy rodeado en el baloncesto de gente que aprecio, pero sí, yo también he sentido la soledad del entrenador.

Para mi hay dos tipos de soledad, una es la emocional, surge alguna vez, pocas pero lo hace. Desde que tuve la idea de escribir este artículo, probé una cosa, he saludado a las 21 jugadoras que entreno con el mismo saludo “Hola, ¿qué tal?”. La respuesta fue variada, “bien”, “bueno…”, pero tan solo una jugadora dijo la respuesta que yo buscaba “bien, ¿y tú que tal?”. Con esto quería comprobar hasta qué punto en algo tan sencillo podrían preocuparse por los entrenadores, bien pues ha sido un porcentaje muy bajo. Pero no es un problema en realidad, es algo que todos aceptamos, las jugadoras nos ven como una figura autoritaria y en realidad no lo hacen porque no nos aprecian, sino porque somos su entrenador, el personaje que las grita, echa la bronca y les corrige constantemente. De la misma manera cuando a nuestra espalda quedan para tomar unas cervezas o irse de cena, nos sienta mal, claro, pensamos que podían haber contado con nosotros, pero luego entendemos que cada uno tiene su rol en el equipo, y la autoridad que nosotros tenemos puede coartar a las jugadoras. Por eso digo que es un malestar, una soledad emocional pasajera, más influenciada por nuestro estado de ánimo que con la realidad. Esta soledad emocional, como yo la llamo, es algo pasajero y finalmente nunca afecta a nuestro rendimiento como entrenadores. Entendemos que no es que las jugadoras no nos aprecien como nosotros a ellas, es simplemente que su forma de demostrarlo no es tan directa como la nuestra, está más enfocada a trabajar en los entrenamientos, escucharnos y entender nuestras correcciones lo mejor que pueden. Ese es el pago que llegaremos a percibir de ellas por nuestro trabajo y aprecio hacia ellas, aunque nos gustaría una palmadita en la espalda, esa palmadita solo llegará en forma de sacrificio por el baloncesto.

Pero la verdadera soledad del entrenador no está provocada por nuestras jugadoras, o por los resultados, o por un mal entrenamiento. La verdadera soledad del entrenador está provocada por nuestra cabeza, es la soledad autoinducida, es una soledad que incluso nos afecta físicamente, hasta el punto de no poder dormir o sentir tanta rabia que llegamos a llorar en nuestra soledad autoinducida. Por lo general, el caso más grave de esta soledad se da cuando perdemos un partido, no un partido cualquiera si no “ese partido”, aquel en el que nuestro equipo no ha estado a la altura, que pensábamos ganar y en realidad hemos acabado perdiendo de manera estrepitosa.

La soledad autoinducida comienza durante el partido, viendo que nuestro equipo no está siendo capaz de jugar como debería, vamos buscando soluciones, poco a poco solo nos centramos en ello, en buscar soluciones, no escuchamos ni vemos nada de lo que pasa alrededor, nos sumimos en una burbuja buscando la manera de hacer reaccionar al equipo, pero esta no llega. Y entonces nos sentimos solos, impotentes, incapaces, y nos sumimos en una negra sombra que nos acompañará durante horas. Cuando el partido ha acabado salemos saludar a la gente que estaba allí para verlo, estamos rodeados de gente pero nuestra cabeza ya es una autopista de pensamientos negativos, entonces comienza el estado zombi, cogemos el coche y recorremos el camino a casa, nuestra mente echa humo “tenía que haber cambiado la defensa en ese momento” “tenía que haber metido más minutos a fulanita” “tengo que animar a mis jugadoras para que no se desmotiven” “El lunes hay que trabajar el tiro” … y otros miles de pensamientos que nos hacen de repente encontrarnos en la mesa sentados en frente de la cena, no sabemos cómo, pero hemos llegado hasta allí, nuestra cabeza bullía con el partido y hemos hecho todo el camino y la cena como zombis. Pero no tenemos hambre, no queremos comer, queremos gritar de rabia por no haber sido capaces de que nuestro equipo juegue como debería.
Ese ligero punto de consciencia es momentáneo, pues acto seguido volvemos a sumergirnos en las sombras, en buscar soluciones a un partido que ya ha acabado, comenzamos a plantear a futuro lo que debemos hacer para mejorar al equipo, pero nuestro estrés mental es tal que nos da la madrugada dando vueltas en la cama, sin saber qué hacer, sin saber que decir a nuestras jugadoras. Ojala todo acabara ahí, con un sueño profundo, pero no acaba. Pasamos el resto del fin de semana pensando en el partido, autoinducidamente estamos sumidos en una soledad en la que nadie entra y no dejamos entrar a nadie, estamos deseando que nos pregunten un simple “¿qué tal el partido?” para poder desahogarnos, pero tampoco queremos hablar del tema, pues nos hace sentir más rabia. Todo se acaba el lunes, cuando nuestro equipo reacciona, trabaja y vemos esperanza, vemos que todavía hay salida al mal partido del fin de semana. Pero tan rápido como ha desaparecido puede aparecer cuando vemos un mal entrenamiento o una mala reacción a una situación por parte del equipo, y volvemos a las sombras.

Si de verdad eres entrenador y te comprometes con tu equipo seguro que has sufrido esta situación. ¿Pero que se puede hacer al respecto? ¿Debemos asumir que pasará? Desde mi punto de vista la tan citada frase de “esta dentro de las obligaciones del entrenador” es una burda mentira que nos decimos para no intentar superar estas adversidades. Pocas veces he encontrado la solución, pero hace poco leí una frase de Patricia Ramírez, a la que si no conocéis os recomiendo seguir, la frase decía lo siguiente: “no podemos ganar todas las batallas, pero si elegir las que luchar”. Y tiene toda la razón, no podemos ganar todos los partidos, no podemos corregir todos los errores del equipo y nuestros, no podemos preocuparnos por todo lo que acontece al equipo, no podemos encontrar soluciones a todo. Pero si podemos relativizar, y si podemos elegir que errores debemos corregir. Debemos intentar desconectar del baloncesto tras ese mal partido, tomarlo con calma y pensar en que cosas debemos intentar mejorar en el equipo, que debemos corregir, no todo, si no aquello que podamos corregir. Debemos elegir objetivos que podamos cumplir y en los que podamos influir. Seguro que queremos cambiar cientos de cosas en los equipos tras una mala derrota, pero ¿y si en vez de intentar cambiar las cien de golpe, cambiamos solamente cinco, las cinco que realmente son necesarias? Poco a poco, cambiando pequeños detalles cambiaremos el total.

Y para acabar os dejo esta frase de una conocida serie, que poco a poco se está convirtiendo en mi mantra: “Siempre hacia delante, avanza siempre hacia delante, hacia delante siempre“