LAS APARIENCIAS ENGAÑAN
En Los partidos de baloncesto hay dos figuras a las cuales podríamos denominarles como profesionales porque cobran por realizar su labor. Una es el entrenador, del que hablaremos en futuras fechas, y la otra es el árbitro. Pensamos que ambos deben cumplir sus obligaciónes con rigurosa pulcritud. Especialmente quien debe impartir justicia, labor muy delicada y que conlleva un alto grado de complejidad. Lo sabemos, lo reconocemos y también lo defendemos.
Sin embargo apoyándonos en una cita muy antigua que utilizó Julio Cesar para justificar el divorcio de su esposa Pompeya Sila al poco de ser nombrado emperador y que dice así: La mujer del Cesar no solo debe ser honrada, sino además parecerlo, concretamos nuestra idea.
Los árbitros son posiblemente la figura más importante en un partido de baloncesto y por ende de una competición. El hecho de tener que impartir justicia entre dos grupos que se desenvuelven a muchas pulsaciones por minuto es de una dificultad mayúscula.
Sin embargo esta dificultad para arbitrar, que muchos entrenadores y jugadores, reconocen abiertamente en privado, y que debería ser reconocida en público por todos, a veces queda en tela de juicio por detalles como por ejemplo, cuando antes y/o después de un partido algún colegiado, no es una práctica extendida, se comporta con uno de los dos banquillos, como si fueran uno más del equipo, dedicándose a charlar o reír, con indisimulada familiaridad ante la atenta mirada del “otro” equipo. Este hecho que se está produciendo en nuestras canchas no parece la mejor imagen de la imparcialidad. Esta actitud es consentida por el entrenador, de quien repetimos, hablaremos, y a veces buscada por él.
No dudamos de nada ni de nadie, pero además de ser honrados, hay que parecerlo. Entendemos que un árbitro debe entrar en una cancha de baloncesto, hacer su trabajo de la mejor forma posible, todos somos humanos, y marcharse con la cabeza alta y con la sensación del deber cumplido. Cualquier situación al margen de lo mencionado no parece de rigor y lo único que se resiente es la imagen del propio profesional, independientemente del resultado del partido o de los derroteros por los que ha transcurrido.
Desde el ánimo de construir y deseando que nuestro baloncesto sea cada vez mejor y más profesional escribimos estas líneas sobre un tema que nos preocupa y que pensamos es sencillo de resolver. Un profesional no solo debe conocer las reglas y las normas, también comportarse con profesionalidad.
Desde este humilde medio nos ofrecemos a compartir, con la lógica y obligada discreción que esto conlleva, la información que nos llega, con el único ánimo de ayudar y colaborar.
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